El Calmécac o Kalmékak, que significa “hilera de casas” era un centro de estudios que conformaba el sistema de educación mexica.
Dicho centro de estudios, en su mayoría, comprendía a los hijos de los nobles o de la aristocracia mexica.
Al respecto, se discute dicha posición, pues también se creía que una persona podía inscribir a su hijo al kalmékak si este era apto o demostraba tener las aptitudes. Cabe mencionar que había otra escuela llamada Tepochcalli, la cual era destinada para los hijos de los no nobles. Si un estudiante del Tepochcalli demostraba tener aptitudes, podía pasar a estudiar al Kalmékak.
Lo que se enseñaba en el Kalmékak, giraba en torno a formar a los futuros sacerdotes, jueces, administradores, gobernantes y militares de élite. Se llamaba “hileras de casas” porque, al ser aceptados los aspirantes en éste, debían de pasar gran parte de su vida dentro del centro escolar. Fray Bernandino de Sahagún refiere las duras formas que se ejercían en el internado, el cual puede dar una idea a como se asociaban las técnicas pedagógicas de la abstinencia, el ayuno, la sobriedad y la modestia. Dichas ideas son:
Lo que te fuere mandado harás.
El oficio que te dieren tomarás.
Andarás con ligereza.
No esperes que te llamen dos veces.
Haz de ser humilde.
No te hartes de comida.
No te cubras ni uses mucha ropa.
Báñate, aunque haga mucho frío.
Allégate a los sabios y hábiles.
Apechuga con el ayuno.
Endurézcase tu cuerpo con el frío.
El ofrecer a un hijo al Kalmékak era tan especial que, según relata Sahagún, los padres recitaban hermosas palabras;
“¡Ah, señores sacerdotes y ministros de nuestros dioses, habéis tomado trabajo de venir aquí, a nuestra casa, y os trajo nuestro señor todo poderoso!
Os hacemos saber que nuestro señor fue servido de hacernos merced de darnos una criatura, como una joya o pluma rica que nos fue dada (…) por tanto, os lo damos por vuestro hijo y os lo encargamos, y ahora al presente ofrecémosle al señor Quetzalcoátl para entrar en la casa del Calmécac(…)”
Aquellos sacerdotes y ministros respondían con la misma hermosura y nobleza:
“Aquí oímos vuestra plática, aunque somos indignos de oírla, sobre que deseáis que vuestro amado hijo, y vuestra piedra preciosa o pluma rica, entre y viva en la casa de Calmécac. No somos nosotros a quien se hace esta plática, más hágase al señor Quetzalcoátl (…) en cuya persona la oímos; él es a quien habláis, él sabe lo que tiene por bien de hacer de vuestra piedra preciosa y pluma rica, y de vosotros sus padres (…).”
Las obligaciones al interior eran abundantes, solo por mencionar algunas de ellas:
Barrían y limpiaban la casa todos, a las cuatro de la mañana.
Todos trabajan juntos.
La comida que comían ellos la preparaban, o si en dado caso alguien traía comida de sus casas, se repartía por igual la comida.
Ninguno era soberbio, ni hacía ofensa a otro, ni era desobediente a la orden y costumbres que ellos usaban, so pena de castigo.
Les enseñaban a hablar bien y saludar, y hacer reverencia.
Les enseñaban todos los versos de canto, para cantar, que se llamaban divinos cantos; le enseñaban la astrología, las interpretaciones de los sueños y la cuenta de los años.
Otro punto a señalar es que la forma en que se distinguía el edificio del Kalmékak era con almenas; dichas almenas tenían la forma estilizada de un caracol marino cortado. Estas figuras eran relacionadas en parte con las deidades acuáticas representativas, de acuerdo con la cosmovisión mesoamericana, del lado frio, húmedo, oscuro, terrestre y femenino del universo. El caracol, a su vez, era comparado también con el útero, símbolo de fertilidad y regeneración, vinculado estrechamente con Ehécatl-Quetzalcoátl, que era el dios protector del Kalmékak.
El Kalmékak fue un sistema revolucionario de sacerdotes y sabios guerreros de enorme trascendencia para nuestra antigua civilización. Dedicado a forjar ciudadanos ejemplares, de provecho y enfocados al desarrollo prospero moral y espiritual de su pueblo.
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