El paraíso es el tercer y último viaje que hace Dante. Este es realizado después de haber cruzado el Purgatorio. Para el autor Claudio Pierantoni, el paraíso terrenal representa la más controversial y el viaje más cargado simbólicamente de toda la Divina Comedia. Se compone de seis cantos completos: desde el XXVIII al XXXIII del purgatorio, hasta su ascenso pasando por la superficie de la tierra en específico.
Antes de salir del purgatorio, Dante debe pasar la barrera de fuego, pues sin este, no puede cruzar la siguiente puerta que da al paraíso. Este hecho se puede tomar como una recapitulación de todos los pecados que ha pasado anteriormente Dante, y sólo es el fuego, elemento trasmutador, quien le puede ayudar a purificarse, pues en el Paraíso no se puede entrar, digámoslo así, sin manchas. Por ejemplo: el canto XXVII es la antesala al Paraíso. Es aquí donde Dante pasa por el fuego. Este hecho, a pesar de que es correspondiente al castigo para los lujuriosos, representa también la purificación para que pueda Dante pasar al paraíso. Antes de pasar por el fuego, Dante siente miedo. Es cuando Virgilio le recuerda que, pasando el fuego, se encontrará con su amada Beatriz. Una vez que cruzó el fuego, se va escuchando una voz angelical que dice “venite benedicti patris mei”. Siguiendo con su viaje, pasada ya esta prueba, los viajeros se encuentran con una subida demasiado inclinada; les agarra la velada y es donde deciden acampar. Aquí Dante se queda contemplando las estrellas y se queda dormido. En su sueño ve a Lía, personaje bíblico. Esta se le presenta, a la vez que recoge flores, contemplándose en un espejo, el cual simboliza la vida contemplativa. Una vez que ha terminado su sueño, Dante se topa con que la aurora del alba está apareciendo. Esto es en contraparte al viaje al infierno, pues este empezó en una selva oscura. En la aurora nota Dante un ambiente lleno de entusiasmo, pues logra ya ver la patria. Esto conmueve a Dante, y hace que ascienda la escalera que dan al paraíso de manera estrepitosa. Ya en el último escalón, Virgilio le comenta:
“in me ficcò Virgilio li occhi suoi E disse: Il temporal foco e l’etterno Veduto hai figlio: e se’ venuto in parte dov’io per me più oltre non discerno: tratto t’ho qui con ingegno e con arte; lo tuo piacere omai prendi per duce (…)
libero, dritto e sano è tuo arbitrio, e fallo fora non fare a suo senno: perch’io te sovra te corono e mitrio.”
“El fuego temporal, el fuego eterno
has visto hijo; y has llegado a un sitio
en que yo, por mí m. ismo, ya no entiendo.
Te he conducido con arte y destreza;
tu voluntad ahora es ya tu guía:
fuera estás de camino estrecho o pino.
Mira el sol que en tu frente resplandece;
las hierbas, los arbustos y las flores
que la tierra produce por sí sola.
Hasta que alegres lleguen esos ojos
que llorando me hicieron ir a ti,
puedes sentarte, o puedes ir tras ellas.
No esperes mis palabras, ni consejos
ya; libre, sano y recto es tu albedrío,
y fuera error no obrar lo que él te diga:
y por esto te mitro y te corono.”
Virgilio fungió como guía de Dante con arte, es decir: con la poesía, haciendo referencia a la facultad intelectiva y a la afectiva. Es aquí donde Virgilio ya no puede acompañarle, porque ya Dante puede moverse libremente, a lo que hace alusión a, y como lo menciona Claudio Pierantoni: “el hombre, cuyo libre albedrío ha sido sanado, resume en si mismo, casi por sobre sí mismo (…)” Aquí comienza el canto XXVIII, donde Dante se encarama por el camino del “bosque antiguo”. El bosque, al principio es denso, pero está vivo, haciendo contraparte de la selva frondosa y oscura, pues no es ya símbolo de la muerte, sino de vida misma. Llega a la orilla de un río, el río Leté, donde las almas que vienen del purgatorio beben para expiar sus pecados. Aquí se encuentra Dante con una joven y bella mujer, que canta y recoge flores. Esta mujer le dirige la palabra a los recién llegados. Con esto, puede predominar la idea de que Dante sigue acompañado por Virgilio y Estacio. La palabra que dirige la mujer es: “me has dado alegría, Señor, con tus obras”. Esta mujer, llamada Matelda, simboliza la sonrisa de la humanidad completamente purificada, pues contempla las maravillas de la creación y al creador en sí mismo. Dante le pregunta a Matelda acerca de las almas que beben del río, a lo cual ella responde que ellos no vienen de aguas terrestres y comunes, sino de una fuente inconmensurable la cual es encausada por el mismo Dios. Explica que hay otro río, el Eunoé, el cual hace que se recuerden la memoria de las buenas obras. Matelda le revela también a Dante, sin que este haya preguntado, que:
“Los que en la antigüedad poetizaron
La edad de oro y su feliz estado,
tal vez en el Parnaso este lugar lo soñé.
Aquí la raíz humana era inocente
Aquí siempre primavera y todo fruto;
Este es el néctar del que todo el mundo habla”.
Este detalle hay que resaltarlo, y a manera de conclusión, pues este hecho simboliza el lugar en donde los poetas y artistas van para crear sus obras maestras, es decir: es el estado de gracia. Pero también hay que señalar que en este lugar es donde se presenta, quizá, la chispa divina. También en este escenario el tiempo ya no es el mismo, pues deja de ser tiempo. Aquel espacio está inmerso en todos los seres humanos, pero está escondido, como si se perdiera la memoria de este estado de gracias. Es como lo refiere Kierkegaard, a saber: en el Edén, cuando Eva se dio cuenta que tenía la posibilidad de comer del fruto prohibido, ahí despertó su conciencia, y que por ende, es cuando se empieza a generar la angustia.
Ya en el canto XXX, y mientras hay una procesión, aparece Beatriz, la amada de Dante, lo cual le genera una inmensa emoción, el cual dirige a Virgilio, quien ya no le acompaña. Este hecho le genera tristeza a Dante; acto seguido, empieza a llorar por la ausencia de Virgilio.
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