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M.·.M.·. Carlos Fernando Rubio Pérez

CONSTRUCTORES DE CATEDRALES

Actualizado: 18 oct 2023

La construcción de las catedrales estaba reservada a especialistas altamente cualificados, reunidos en cofradías cuyas tradiciones iniciáticas y técnicas se remontaban el Antiguo Oriente. La existencia de las canterías y el nacimiento del “blanco manto de las catedrales”, que se extendió sobre todo el occidente, fueron el fruto de una estrecha asociación entre los obispos, canónigos y los maestros de obra. En los tajos reinaba una rigurosa jerarquía, que iba desde el arquitecto al peón. Este último no formaba parte de la comunidad de los constructores propiamente dicha, que no comprendía más que oficios enseñados por maestros: talladores de piedra, escultores, diseñadores, carpinteros y vidrieros.


Los constructores eran hombres libres, y acogían en sus cofradías a individuos procedentes de todas las clases sociales. Los miembros del clero y de la nobleza desempeñaros un importante papel en la financiación, e incluso en la dirección de los trabajos. También un individuo de condición modesta podía, después de haber pasado lo estudios de peón y de aprendiz, acceder a las más altas responsabilidades. Cada oficio tenía su logia, que reagrupaba a todos los artesanos y cada logia tenía su reglamento que todos debían respetar.


Los miembros de la logia quedaban bajo la responsabilidad del maestro de obras, del arquitecto y de un capítulo que controlaba y dirigía en ausencia del maestro. Esaban obligados a cumplir toda una serie de normas de conducta: asistir a misa, confesar, pagar una cantidad fija para la ayuda mutua, no dedicarse al juego, vivir en concubinato, etc. En el seno de la logia se comunicaban entre sí los renombrados secretos. Por ejemplo, el plano de una catedral era una combinación de figuras sencillas, a saber: círculos, cuadrados, triángulos) anotadas con indicaciones codificadas. El conjunto constituía en lenguaje geométrico legible solamente para los iniciados, quienes podían levantar el edificio a partir de una representación plana. Un reglamento de los talladores de piedra del siglo XV prohíbe comunicar a cualquiera que no forme parte del oficio “cómo deducir el alzado del plano”. El conocimiento de los materiales, la ciencia de las proporciones armónicas y las leyes de cada oficio se conservaron también celosamente en secreto. Además los ritos iniciáticos, también mantenidos en secreto, debían permitir transformarse al individuo para que fuese capaz de construir su propio templo interior, al tiempo que practicaba en la edificación de la catedral.


En las corporaciones de canteros y albañiles, el novicio hacía su aprendizaje bajo la guía de un maestro del arte al cual se había confiado y que hacía de él un obrero capacitado, obligándose éste a servirle por cierto número de años, siendo todo trabajo realizado durante este tiempo por cuenta de su maestro. Una vez que el aprendiz había cumplido el tiempo fijado y su maestro estaba satisfecho de él, éste lo presentaba a los demás como un obrero debidamente preparado, y al cual se le podía confiar cualquier trabajo, y desde ese momento podía ser contratado libremente recibiendo el salario que le correspondía. Viajaba entonces para practicar el arte y perfeccionarse en el mismo y, a medida que crecía su habilidad en el uso de los instrumentos, llegaba a emanciparse gradualmente de las reglas que había respetado en sus primeros pasos, adquiriendo la genialidad que hacía de él un artista.


En la época del romántico, los maestros de obras ya estaban muy bien considerados y gozaban de gran prestigio social. Esa reputación se reforzó en la época del gótico, en la que los arquitectos aparecían como quienes podían construir en la tierra la verdadera obra de Dios: la catedral gótica. Ser maestro de obras requería poseer amplios conocimientos técnicos. Por un lado, el arquitecto elaboraba un plan del edificio, que representaba al promotor de la obra, fuera este un noble, un rey o un eclesiástico. En este último caso, la financiación se obtenía por las rentas que recaudaba la llamada “fábrica”, institución integrada por el obispo y el cabildo de canónigos de la catedral, encargada de aprobar los proyectos presentados por el maestro. Pero la tarea del maestro de obras no se limitaba a hacer planos. Como un auténtico empresario, contrataba a los operarios que intervendrían en los trabajos, con los que construiría un taller que se mantendría mientras durase la obra. La contratación se hacía a menudo en función de la oferta y la demanda. El maestro de obras debía ser experto en la organización del trabajo, pues a menudo tenía que dirigir equipos de trabajadores muy amplios. En la construcción de una catedral participaban unas trescientas personas de diversos oficios y se sabe casos en que los obreros superaron el millar. El trabajo tenía que estar bien coordinado y dirigido para evitar que se retrasaran o interrumpieran las obras. Asimismo, el maestro de obras debía tener conocimientos muy variados para dirigir, y en su momento, corregir a carpinteros, escultores, vidrieros, pintores e incluso herreros e ingenieros.


Los obreros empleados en cada obra eran de diversos tipos y diferentes niveles de cualificación. Los porteadores eran a menudo jornaleros o trabajaban a destajo, y se les contrataba en el lugar. Los amasadores de mortero, en cambio, recibían una paga más elevada. En lo más alto del escalafón estaban los maçons, maestros y albañiles, encargados de dar forma a la piedra, desbastarla y poner cada sillar en su sitio. Durante el románico, los maçons estaban asociados con instrumentos de precisión, como escuadras, cartabones, cuerdas anudadas y plomadas, que sólo ellos sabían usar y con los que tallaban sillares bien escuadrados para muros y bóvedas. Además, los canteros podían ser auténticos escultores; tallaban figuras humanas y de animales, formas vegetales y geométricas para decorar portadas, ventanas, fachadas, capiteles y ménsulas. El oficio se acabó de perfilar coincidiendo con el apogeo de la arquitectura gótica, a lo largo de los siglos XII y sobre todo en el siglo XIII. Su carrera profesional comenzaba como aprendiz a los 13 o 14 años. Se le encomendaban los trabajos más sencillos, bajo la supervisión de expertos. Tras unos cinco años, y siempre que demostrara buenas maneras en su oficio, se convertía en oficial, título que otorgaba el maestro. En ese momento, a los 19 o 20 años, ya podía realizar trabajos especializados, bien como cantero o bien como escultor, si tenía la habilidad requerida.


BIBLIOGRAFÍA

· Historiaybiografias.com

· Lavagnini, Aldo. “Manual del Compañero”.

· historia.nationalgeographic.com.es/a/masones-constructores-catedrales_6237

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